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parada, como diciendo: "Tú me has llevado a los míos y Yo te llevaré a mi casa, para que vivas y goces conmigo eterna– mente?". El hecho es que, al volver Leonor a su casa -pen– sión, número 12, piso 3. º de la calle San Antonio, al tratar de franquear la puerta, se desplomó sobre ella, abatida por una trombosis cerebral que la privó del conocimiento hasta el mismo día de su muerte, día 29 del propio mes de di– ciembre. Durante los cuatro días que permaneció en estado de coma -sólo Dios sabe si interiormente tuvo algún intervalo de conocimiento- fue muy visitada por cuantos se entera– ron de su enfermedad. Y en primer lugar la visitaron pro– fesionalmente los médicos del cuerpo y del alma. Don Feliciano Redondo, Párroco de San Tirso, nos ha dicho que él le dio la absolución, la extremaunción y la bendición apostólica. Don Pedro Quirós, médico psiquiatra, y Don Rafael Luna Vela, endocrinólogo, la reconocieron y le rece– taron las medicinas pertinentes en estos casos. Por cierto que este último, gran admirador de las virtudes de Leonor, nos aseguró que le había visto el cordón franciscano, ceñido a la cintura, y el escapulario de San Francisco, colgado de su cuello. Había una especie de emulación entre sus muchos ami– gos y admiradores por atenderla, por acompañarla, por sufragar todos los gastos que importara su deseada recupe– ración. Unos por alumnos, otros por amigos, otros por favo– recidos, lo cierto es que todos creían tener una parte en la persona y, sobre todo, en el corazón de Leonor, que a todos los había amado en el Corazón de Cristo. 138
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