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última hora a traicionarla, alzándose, como suele decirse, con el santo y la limosna; otra simpleza, el haber intentado sacar permiso de las autoridades para llevar un grupo de presos a Cova<longa, comprometiéndose a llevarlos y traer– los como corderitos; y así, otras por el estilo. Ahora bien, estos mismos hechos, mirados a través del prisma sobrenatural, cambian de significado y también de calificaci6n moral. Nosotros sabemos que Leonor miraba todas las cosas a través del prisma de la fe, Ella se gober– naba más por los principios evangélicos que por la sabiduría humana. Y el Evangelio le hablaba de la fe, de la confia11za en la Divina Providencia, de la bondad del Padre Celestial que hace llover y salir el sol para los buenos y para los malos, de la misericordia de Dios, del amor a los enemigos, et~étera. De ahí que, si Leonor era simple, lo era por su fe, por convicci6n personal, por fidelidad al Evangelio, no por tor– peza natural o por testarudez de carácter. Ella hubiera sus– crito con gusto esta expresi6n de San Francisco de Sales: "Entre la prudencia de la serpiente y la sencillez de la palo– ma, quiero para mí esta proporción: noventa grados de sencillez, por s6lo diez de prudencia". · El segundo defecto que alguien atribuye a Leonor es la pesadez, es decir, el hacerse pesada en sus conversacio– nes. Ante nuestro deseo de conocer detalles de este defecto, se nos dice que, cuando tomaba la palabra para hablar de sus presos, de sus enfermos, de sus obreros, etc., se alargaba más de la cuenta, sin advertir que su interlocutor podía tener 135
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