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por la conversión de los pecadores, por la liberación de los oprimidos, no era más que el celo sagrado que devoraba el corazón de un Pablo de Tarso de un Francisco Javier, de . ' un Francisco de Asís, etc. Tal vez Leonor, al hablar de su apasionamiento, se estaba refiriendo a su acusado patriotis– mo. Siendo estudiante en el Colegio de Anglet dejó constan– cia, entre profesoras y alumnas, de su ferviente amor a España. Decía que quería a España más que a todas las naciones, porque España era la nación más católica del mundo. Naturalmente que todas no estarían de acuerdo con ella y nada raro que, en esas sus discusiones juveniles, pu– siera un puntito de más de calor y de vehemencia. Los otros defectos que se esconden tras sus dos etcéte– ras, tan ocultos deben estar, que posiblemente no tuvieron nunca existencia fuera de la viva imaginación de Leonor... LOS DEFECTOS QUE LE ATRIBUYEN LOS DEMAS Los defectos que le atribuyen otras personas son dos: la simplicidad y la pesadez. La simplicidad, que es virtud evangélica, llevada a cier– to extremo, puede convertirse en ingenuidad, en bobería, en simpleza. ¿Cometió en realidad Leonor muchas de estas simplezas? Si miramos las cosas a través del prisma pura– mente humano, no podemos dudar que Leonor cometió simplezas. Una simpleza sería el haber dado fe a Vicente, el de Pravia, que la engañó tan miserablemente después de haberse aprovechado de sus regalos; otra simpleza sería el haber protegido a J. A. B. durante tantos años, para venir a 134
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