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·Todos estos sufrimientos de orden físico y moral, unidos a las penitencias que ella voluntariamente se imponía y a las prnebas interiores: tentaciones, sequedades, dudas, etc., con que Dios prneba y purifica a los que ama, hicieron de Leonor un retrato vivo de Jesús Crucificado. Así Dios escu– ch6 y cumpli6 los deseos de Leonor, dándole el martirio del coraz6n, del alma y del cuerpo. Una de las dificultades más serias que tuvimos que vencer para determinarnos a publicar la biografía de Leo– nor, fue el saber positivamente que las biografías de los santos no están hoy de moda. Y no están de moda por diver– sas causas, entre las cuales puede ser la principal esta que apuntamos. El santo, el amigo de Dios, el auténtico discípulo de Cristo tiene, por fuerza, que estar marcado con el signo de la cruz. No importa que pertenezca a la Edad Antigua, Media o Moderna. Ahora bien, es precisamente la cruz, o sea, la abnegaci6n, el sacrificio, lo que más aborrece esta nuestra sociedad del confort, del libertinaje, del naturalis– mo, que cada día más nos invade y casi nos asfixia. De ahí que la vida de un santo en nuestros días venga a ser considerada por los más como. una «catilinaria", como una "filípica" o como un restallante bofet6n, propinado en la cara cosmetizada de nuestro mundo moderno. Claro que ha habido bofetones tan bien dados y catalinarias tan opor– tunas que han hecho el milagro de enderezar vidas torcidas. ¿No sería ésta la mejor clase de milagros que pudiéramos pedirle a nuestra Leonor? Pero junto al buen trigo brota la cizaña y pocos son los 131

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