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corazón de ese cristiano sin cruz, se quedará también sin Cruz. Un Cristo sin Cruz, un Cristo desclavado de la Cruz no es más que un Cristo mixtificado, un Cristo adulterado, un Cristo descristianizado; en definitiva, un Cristo de cari– catura y de mentira. En uno de sus libros, Fulton Sehen, el gran Obispo de la televisión, se pregunta: "¿Quién está más lejos del auténtico cristianismo, el Occidente con Cristo, pero sin Cruz, o el Oriente con la cruz, pero sin Cristo?". Y se responde: "Está más lejos el Occidente, porque habien– do tenido a Cristo, como Judas, ha apostatado de El, mien– tras que el Oriente, que no tiene a Cristo porque no lo ha conocido, tiene el terreno preparado para recibir el mensaje evangélico cuando se le anuncie". Leonor amó con todas las fibras de su ser a Cristo Cru– cificado. Y, porque amaba a Cristo Crucificado, amaba también la cruz, amaba el sufrimiento. Ya vimos con qué ardores pedía al Señor que le concediera el máximo dolor que pudiera soportar en todos y cada uno de los instantes de su vida. Y ciertamente que la cruz, la tribulaci6n le salía siempre al encuentro, unas veces a ojos vistas, las más de las veces oculta, agazapada tras el fulgor de su sonrisa. En el orden moral fueron muchas las humillaciones y calumnias que tuvo que soportar. Dice en su "Cuaderno Autobiográfico": "He tenido muchas humillaciones, por un lado o por otro, gracias a Dios, porque me venían bien. Mire, padre, aunque me cuesta, le pido a nuestro Señor que me humille". En su apostolado con los obreros -ella misma lo 129

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