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Lo que ahora más nos interesa poner de relieve es el contraste entre esta su vida de absoluta pobreza y despren– dimiento, conjugada con un amor purísimo a Dios y a sus obras, y la vida de lujo, de despilfarro, de amor desorde– nado y egoísta que vemos campar a nuestro derredor. Tal– mente como si Dios, el prójimo y todos los seres del mundo no tuvieran otro fin que servir a nuestro minúsculo "yo", erigido en blanco y centro del universo. Por eso resulta tan luminoso, tan altamente aleccionador el testimonio vivo de la pobreza de Leonor, así como el oro fino de su amor, pasado antes por el tamiz de su conciencia y el horno puri– ficador del sacrificio. 4. º -SU PUREZA INCONTAMINADA Si el tema de la pureza: ha sido siempre vidrioso, hoy lo es todavía más, no tanto por el pudor natural de llamar a las cosas por su nombre -que tanto ha descendido– cuanto por la dificultad de deslindar los campos de lo ho– nesto y lo deshonesto. Pensando en la ley moral en general y en la pureza en particular, Pío XII afirmó, hace cerca de veinte años, que se estaba perdiendo el sentido del pecado. Sería exagerado afirmar que el sentido del pecado se ha per– dido ya del todo; pero no es exagerado reconocer que se han dado en este camino pasos de gigante y que, de continuar en esta carrera desenfrenada, llegaremos bien pronto a matar, por degradación, hasta la última fibra de pudor y dignidad humanas que Dios ha colocado en el corazón del hombre. El hombre Y, sobre todo, la mujer de nuestros días, 125
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