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destacan la nota de su sencillez. En efecto, esa su sencillez, esa su simplicidad evangélica y franciscana, que se reflejaba en todas sus palabras y gestos, actuaba en ella a la manera de un imán, que atraía y cautivaba aún a los corazones más endurecidos. Nada más ajeno a su manera de ser que la doblez, la hipocresía y la mentira. Dice de sí misma: "Recibí muy buena educación y muy buenos consejos y, como lo retenía todo, gracias a Dios, me valió mucho. Aborrecí siem– pre la mentira y el disimulo". Es una pena ver cómo los convencionalismos sociales, y hasta la educación que estamos recibiendo, nos van ale– jando cada día más del ideal de la simplicidad evangélica y, consiguientemente, de la imitación de Cristo. Cuando es sí, tenemos que decir. SI,. como Cristo nos enseña, y cuando es no, tenemos que decir NO. Pero, ¡cuántos veces al día deci– mos SI, a sabiendas de que es NO, y hasta en el fondo esta– mos deseando que nos entiendan las cosas al revés! ¿Para qué poner ejemplos, que están en la mente de todos? Leonor era una persona educada, fina, discreta; pero sabía llamar a las cosas por su nombre y no se prestaba a arreglos o componendas en que tuviera que salir malparada la verdad o la reputación del prójimo. Esto pudo ocasionarle no pocos disgustos, pero supo llevarlos con admirable pa– ciencia y humildad. Hermosa lección para la sociedad de nuestros días, en que están tan de moda el chantaje, el zancadilleo; pero no tanto a cara descubierta, cuanto enmascarado~, amparados tras la cortina de una sonrisa, escudados tras el bastidor del 123
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