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El que esto cumple ha cumplido toda la Ley y tiene asegu– rada su salvación. Que Leonor cumplió este doble precepto y lo cumplió ampliamente, generosamente, no puede caver– nas la menor duda. Ya lo hemos visto en páginas anteriores. Pero, además, Leonor, como el Serafín de Asís, veía ii.'Dios en todas las cosas; por eso amaba a todas las creaturas lim– piamente, franciscanamente, admirando cuanto de bueno, bello, amable y poderoso el Creador había depositado en ellas. Su amor a los animales irracionales -que vimos y pro– bamos en el capítulo anterior- es una de las ·más bellas facetas de su atrayente espiritualidad. En sus escritos no hemos encontrado la palabra "hermano", "hermana" dirigi– da a estos inocentes animales o a cualquier otra creatura de Dios que no sean sus hermanos los hombres. Pero esto nada dice en contra de su amor universal, al estilo franciscano. Hay en su "Cuaderno Autobiográfico" una frase muy breve, pero muy rica en contenido. Dice así: "Yo nunca quise a nadie como no debía". Es toda una lección de amor. Hoy, cuando la palabra ''amor" está tan adulterada y se presentan con la etiqueta del amor el humo y la escoria de las más bajas pasiones, hoy más que nunca, Leonor nos en– seña a purificar nuestro amor en el Corazón Divino de Cristo, para amar a Dios y a todos los seres "como se deben amar", es decir, con la pureza y el afecto con que ella los amaba. 2. º -SU SENCILLEZ Ya hemos advertido que cuantos conocieron a Leonor 122

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