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¡con lo risona que fuí siempre! Me echó, entonces, su madre unos ojos que parecía que me comían. Más risa me daba. Por fin, al salir de la iglesia, me echó una buena riña y yo le expliqué que era porque veía a su hija que buscaba al enfermo en toda la iglesia y ninguno le parecía lo estaba. Acabó por reirse también". En aquellas famosas correrías que hizo por todos los pueblos comarcanos de Pravia, con su hucha bajo el brazo, para pedir para la Misión de Rhodesia, se encontró con un sacerdote que, viéndola tan cansada con la hucha llena de monedas, quiso hacer de cirineo, llevándole la hucha. Se la entregó, en efecto, y ella, a pesar de ir jadeante, con la lengua fuera, como suele decirse, iba muerta de risa, casi sin poder andar, pensando qué diría la gente, al llegar al pueblo, y ver al sacerdote con aquella hucha tan grande. Pero dejemos que ella termine: "Como soy tan risona, veía al señor Cura en las revueltas de las montañas corriendo como un cabrito, con su hucha (mi hucha) y de risa, no podía andar. Después de la. misa, en la sacristía, nos reímos bas– tante los dos". Episodios semejantes le sucedieron muchos a Leonor en su vida; episodios por otra parte corrientes que, sólo en la versión de Leonor, por su inclinación innata a ver el lado humorístico de las cosas, pueden tener algún interés publi– citario. También tenía Leonor facilidad -diríamos que buenos 115

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