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de que "un fraile triste es un triste fraile". Para él no existía más que un motivo de tristeza: el pecado. Un día vio que un fraile estaba triste. Se dirigió a él y le dijo: "Hermano, ¿por qué estás triste? Si has pecado, vete a confesar y no te presentes más ante tus hermanos con esa cara tan mustia". Ya hemos dicho que Leonor fue siempre muy alegre; era como un cascabel o como unas festivas castañuelas, pero tocadas con oportunidad y discreción, nunca a lo loco. Sus cartas, ya desde sus primeros años de colegiala, eran un modelo de sencillez, de facilidad y de alegres ocu– rrencias. Cuando su madre la trasladó del Colegio de Anglet a San Sebastián, Leonor escribía cada ocho días a la Supe– riora de Anglet, que había sido condiscípula y amiga de su madre. Lo dice ella misma: "Yo le escribía cada ocho días y he debido ser siempre muy divertida desde pequeña, por– que sorprendí vari.as veces a la Superiora leyéndole mis cartas a mi madre, y las dos se reían". Estando de institutriz en San Sebastián, fue con su alumna y la madre de ésta a la Iglesia de los Padres Jesuitas. Ant~ un Cristo Crucificado, la madre de su alumna se puso a rezar Padrenuestros y Padrenuestros; luego añadió: "Aho– ra otro Padrenuestro por el enfermo". Su hija, al contestar, miraba a todos los lados a ver si veía al enfermo por algún sitio. Continúa Leonor: "Como me dí cuenta que buscaba al enfermo entre la gente que estaba en la iglesia, no podía contestar sin soltar carcajadas, por mucho que me dominaba 114

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