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éstas y otras parecidas escenas de la vida de Leonor no me– recerían figurar en dicho libro. Y quedaría gratamente sor– prendido al constatar cómo Leonor, a semejanza del Pobre– cillo de Asís, sabe sacar lecciones prácticas para su vida espiritual de cada una de estas escenas o episodios de su vida. Estando en el Colegio de Anglet puso en peligro su vida -ella misma lo reconoce- por salvar al perro que, metido entre los raíles del ferrocarril, ladraba furibunda– mente al tren cuando éste estaba ya muy cerca. Al fin, tiran– do, tirando fuertemente de él, logró arrastrado fuera, sal– vándose los dos por los pelos. Siempre solía tener algún gatito o alguna gatita en casa. Fue comentario divertido, según nos refieren las Ma– dres Salesas, el de una gatita que tuvo los últimos años, la cual siempre la acompañaba hasta la iglesia. Al llegar a ella, dejaba la gatita en un rincón detrás de la puerta. El anima– lito se quedaba allí acurrucado durante todo el tiempo que duraban los cultos, hasta que veía salir a su dueña y se iba de nuevo -tras ella. Con los caballos, a los que solía dar de comer en la mano, le pasaron cosas interesantes. Presentemos sólo un ,..!) ~o que ella misma nos refiere: "En otra ocasión, estando un verano de institutriz con unos niños en Berango, cerca de Las Arenas, tenían un caballito para montarlo o tirar de un carrito. Como yo le daba pan y fruta, en cuanto me veía u olía de lejos, venía corriendo hacia mí, relinchando. Se conoce que nadie lo hacía hasta entonces, pues a la familia. 107'

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