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la sana alegría. Si probamos que estas cuatro notas brillaron en Leonor de una manera destacada, habremos probado que su alma fue del todo franciscana. Y habremos acertado con el rótulo del libro, al calificar a Leonor de "ESTRELLA FRANCISCANA", puesto que su vida fue toda ella un ful– gir de estas virtudes franciscanas, para proyectar sobre los hombres la alegría de su fe y el calor de su amor. l.º EL AMOR El amor franciscano por fuerza tiene que tener como base el amor cristiano. El amor cristiano -el vivido por Cristo, el enseñado por Cristo, el practicado por Cristo- es la sustancia, el fundamento de toda vida cristiana. Pero el amor, como el fuego, como la luz -sin dejar de ser el mismo- puede tener distintos matices de color, de intensidad, etc. El amor franciscano tiene un matiz muy peculiar, con tres tonalidades o facetas: a) su preponderan– cia sobre el conocimiento; b) su humanización o, dicho de otro modo, su concretización en la Humanidad divinizada de Cristo, y e) su universalidad, entendiendo por tal lama– nifestación de ese amor a todos los seres del Universo, sin excluir a las creaturas irracionales e insensibles. Y ahora ya la pregunta obligada: "¿Es así -con esta peculiaridad franciscana - como vivió Leonor el amor cris– tiano?". Sí, no nos cabe la menor sombra de duda. Leonor era un alma todo seráfica. Bastaba mirarla a la cara - algo nos dicen también las fotografías-, bastaba ver aquella su sonrisa, aquel su gesto inalterable de bondad, para conven- 104
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