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le echábamos un beso. ¡Lo que disfrutaría Jesús! Cuando tuve que dejarlo, no sé por qué, muchos de ellos siguieron haciéndolo, y luego a Nuestra Señora de Fátima, y le can– taban. No sé qué tenían esos niños de Pravia. Cuando estaban jugando al fútbol y pasaba yo, dejaban en el acto el juego y venían a besarme. Yo los llevaba de paseo, jugaba con ellos, en fin, Padre, que en Pravia caí de pie. Todo el mundo me conocía y no sabían qué hacer conmigo". Remachemos ahora el clavo, es decir, confirmemos lo dicho en este capítulo con las declaraciones de un testigo de mayor excepción, que lo es su Director espiritual, el Padre Virgilio Revuelta. En su referida carta de Roma dice así: "El campo principal de su apostolado fueron los hospi– tales, los obreros, las cárceles. Andaba siempre cargada con revistas que recogía por las casas y repartía después entre los obreros y en los hospitales. Sin ser ñoña, pero tenía cuidado y revisaba las revistas para no dar sino las buenas y las instructivas. Repartía también muchos rosarios y esca– pularios que compraba o le daban, y que me traía para que se los bendijese ... Los domingos y días de fiesta solía ir al Hospital Provincial (también al Sanatorio del Naranco), siempre cargada de cosillas y casi siempre a pie. Diría que hasta las piedras de Oviedo la conocían, pues andaba conti– nuamente recorriendo la ciudad haciendo obras de caridad, visitando a los enfermos, a los pobres, a los necesitados". 101

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