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- Mire, yo fuí un asesino que durante el período mar– xista hice muchas y gordas fechorías Y, por mediaci6n de Doña Leonor, he sido libertado del Penal del Dueso y ahora pertenezco a la organizaci6n de obreros de Acci6n Cat6lica, donde ella me ha encuadrado. Quisiera agradecer de alguna manera a esta gran santa este insigne favor. ¿Qué le parece a usted debo hacer? - Pues bien, amigo mío, procure seguir por el camino que ella le ha trazado con la perseverancia de un santo. Yo, si usted me lo permite, publicaré su caso, sin dar a conocer su nombre y, después, ayúdeme con su plegaria y con su óvolo, si es posible. -Con muchísimo gusto, tome cien pesetas y yo rezaré a Doña Leonor por usted para que Dios le ilumine y, cuando se abra una suscripci6n para llevarla a los altares, cuente usted conmigo. En ese su afán de socorrer a toda persona, honrada o delü1cueiite, que estuviera necesitada, un día Leonor se encontró por la calle con un hombre que estaba sangrando "como un pito" (expresión asturiana, equivalente a la caste– llana "sangrar como un pollo o como un pato"). Leonor lo llevó a la Casa de Socorro, allí ayudó a curarlo, después le pagó un buen desayuno en un bar, en fin, hizo para con él el papel del buen samaritano. El buen hombre no dejaba de repetir: "No le faltará Dios a usted". Esta expresión le agradó sobremanera a Leonor. Dice ella: "¡Cómo me gustó esa frase! ¡Cuánto dice! No, nunca me ha faltado Dios. Ben– dito sea Er. Y nosotros añadimos: No, nunca le había fal- 96

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