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EN EL ATARDECER DE MI VIDA ME VISITÓ EL SEÑOR Parece ser que el temperamento de Fray Martín era más apto para la contemplación que para la acción. Y desde que había lle– gado a México no tuvo un año sin ejercer cargos oficiales que le imponían un ajetreo constante ante los frailes, las autoridades y los indios. Iba a disponer de un año escaso, el último de su existencia, para dedicarlo a su vida espiritual personal en oración y con– templación. El lugar elegido para ello no podía ser más a propósito. El convento de Tlalmanalco distaba diez kilómetros de Amecameca, y en las proximidades de esta población había un monte y una gruta que iban a ser para Fray Martín como su Calvario y su Tabor a la vez. Así nos lo describe Motolinia: « Escogió de ser morador en un pueblo que se dice Tlalmanalco; que es ocho leguas de México, y cerca de este monasterio está otro que se visita de este, en un pueblo que se dice Amaquemecan, que es casa muy quieta y aparejada para orar... , y junto a esta casa está una cueva devota y muy al propósito del siervo de Dios, para a tiempos darse ali( a la oración , y a tiempos sal{ase fuera de la cueva en una arboleda, y entre aquellos ár– boles hab(a uno muy grande, debajo del cual se iba a orar por la mañana; y luego que al/i se pon(a a rezar, el árbol se henchía de aves. las cuales con su canto hadan dulce armo– nía. Y cuando él se partía de allí, las aves también se iban. Y después de la muerte nunca más fueron allí vistas.» La tradición, que perdura por generacio– nes en los habitantes de Amecameca, tiene un recuerdo para Fray Martín de Valencia como de verdadero santo. Alguna de ellas aureolada con hechos extraordinarios que entran dent'ro del campo sobrenatural del milagro. El mexicano Plancarte al referirse a este año que pasó Fray Martín en Ameca– meca, tiene una frase que no necesita co– mentarios. Dice: «A su paso salían de sus casas los habitantes de Amecameca para re– cibir sus saludos de padre, sus sonrisas de anciano , sus miradas de santo y sus consejos de apóstol.» 72 El cerro de Amecameca recibe el nombre de «SACROMONTE», y la cueva a que alu– dimos, desde entonces es de todos conocida con el nombre de «CUEVA DE FRAY MARTÍN». En ella, afirma Motolinia, según informes serios de religiosos de toda credibi– lidad, recibió gracias extraordinarias de Dios, entre ellas la visión que tuvo Fray Martín en la que se le aparecieron San Fran– cisco y San Antonio. «YA SE ACABA. LA CABEZA ME DUELE» El día de San Gabriel le dice repentina– mente a uno de sus compañeros: - «Ya se acaba.» El fraile que le acompañaba, no enten– diendo qué le quería decir con esta expre– sión, le pregunta: -¿Qué, Padre? Y Fray Martín, quedando pensativo un mo– mento, de allí a un rato le dijo: - «La cabeza me duele.» Estatua en bronce de Fr . Mcirt(n de Valencia a la entrada de la Capilla del Sacromonte en Amecameca.

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