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RACIÓN: UNA ESCUDILLA CON CARNE HUMANA Y SU CALDO CORRESPONDIENTE Los corazones humanos tenían uno de es– tos destinos: podían ser comidos por los mi– nistros oficiantes, o conservados algún tiempo con raras y extrañas ceremonias; otras veces los dejaban en unas bandejas especiales como ofrenda ante los ídolos o ante ellos eran quemados. Con la sangre, que recogían en un reci– piente particular, untaban los labios de los ídolos para que la gustasen, y teñían con ella las paredes y recinto de los santuarios y los templos . La víctima era arrojada por las gradas del TEOCALLI abajo. Si era un prisionero de guerra, el cautivador con sus amigos la reco– gían, y llevándola al CAPULLI la destaza– ban; enviaban la cabeza a los ministros ofi– ciantes para que fuera colocada en el TE– ZOMPANTLI , y el resto del cuerpo era lle– vado a la casa del dueño. Del cadáver se comían las partes carnosas , y las entrañas se arrojaban a las fieras . Partido en trozos el cadáver lo cocían con maíz, y a cada convi– dado le daban una escudilla con un pedazo de carne humana y su caldo correspon– diente. Llamaban a esta comida TLACA– TLAOLLI. Este convite antropofágico era finalizado con «alegría y una buena dosis de OCTLI -pulque-, típica bebida alcohólica mexicana extraída de la pita». DESOLLAMIENTO DE LAS VÍCTIMAS Los tres templos más tristemente famosos por los sacrificios humanos de hombres, mu– jeres, niños, y hasta criaturas de pecho, eran el de HUITZILOPOCHTLI , el de TLA– LOC, y el de la diosa XILONEN, en cuyos templos respectivos las escalinatas estaban continuamente manchadas por regueros de sangre humana. Otro rito macabro que seguía a estos sacri– ficios era el desollamiento de las víctimas en honor de una trinidad representada por los ídolos TOTEC, XIPE, y TLATLAUH– QUITEZCATL. Orozco y Berra afirma que este rito era universal, así en las grandes ciudades como en los pequeños pueblos. Esta es la descripción que ·él hace: «El d(a de la solemnidad, bien temprano , santificaban aquellos esclavos con las in– signias de los prin cipales dioses ... Carnice– ros diestros tomaban los cadáveres, y abriéndoles por la espalda, del colodrillo al calcañar, separaban la piel, tan entera cua l si fuera de un cordero; daban la carn e al dueño del esclavo, y los pellejos los vestían otras tantas personas, las cuales se los aco– modaban a ra(z del cuerpo .» Los cronistas narradores de estas inhu– manas costumbres parece que todos convie– nen en afirmar que esta antropofagia ritual no era un acto de mero canibalismo. Parece ser que los mexica comían de aquella carne humana como de una substancia «mística», porque la víctima había sido transmutada al haber sufrido el sacrificio de la ofrenda a los ídolos. Empalizada de calaveras huma– nas en el templo de HUITZILO– POCHIL.
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