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PIEDRAS DE SACRIFICIO Y MINISTROS OFICIANTES Si diferentes eran las clases de sacrificios humanos, diversas eran también las piedras o altares sobre los que se ejecutaba esta abominable carnicería. Para el sacrificio común la piedra se llamaba TECHATL. Era un trozo de roca verde, de unos seis pies de largo, una tercia de ancho y de altura como hasta la cintura de un hombre, disminu– yendo de alto a bajo en forma piramidal hasta rematar en un pequeño espacio. La figura estaba apropiada para que la víctima, tendida de espaldas encima, quedara con las piernas , brazos y cabeza colgantes, levan– tado en arco el pecho y bien tirante la piel. En la descripción que de estas matanzas horripilantes nos hace el mexicano Orozco y Berra, añade los detalles correspondientes a los ministros oficiantes. Dice que eran seis: cinco destinados a sujetar los brazos, las piernas y la cabeza, y el último el sacrifica– dor. Los oficiantes pintaban su cuerpo y su rostro de negro, con una raya blanca alrede– dor de la boca. Las ·cabelleras, erizadas y revueltas, las ceñían a la frente con una banda de cuero adornada con cintas de di– versos colores. Su vestido era una especie de dalmática blanca con labrados en negro. El atuendo del sacrificador era una túnica colorada con una orla de flecos verdes, una corona en la cabeza con profusión de plumas verdes y amarillas y unas orejeras de oro en las que llevaban engastadas piedras verdes y un bezote con piedra azul debajo del labio . ¡ARRANCANDO CORAZONES! Preparada la víctima humana, según las prescripciones del rito, cuatro de los ofician– tes la tomaban de los brazos y piernas, y alzándola en alto la colocaban de espaldas encima de la piedra TECHCATL. El quinto ayudante le ponía sobre el cuello una collera de madera, a fin de mantener colgante la cabeza y para que la sangre refluyera hacia el pecho. Pronunciadas las palabras rituales, el ministro sacrificador, armado de un agudo cuchillo de pedernal (TECPATL-sílex), se adelantaba, hería sobre el pecho, metía la mano por la herida y arrancando el corazón palpitante, sangriento y exhalando vaho, le– vantaba la mano con el corazón y se lo ofre– cía al Sol, y seguidamente lo tiraba a los pies del ídolo. Sacrificio humano az1eca según la Hisroria de Indias de Diego Durán.
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