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Ante este cuadro de sombras trágicas, ad– quieren mayor relieve e importancia las pa– labras de Zumárraga: «La tierra (México) estuvo en punto de se perder, si no fuera por la gran misericordia de Dios y sermones de Fray Martín de Valencia y de otros devotos religiosos y sus oraciones y diligencias.» Para esta ocasión parecen escritas las pa– labras del argentino Guillermo Achával que, aunque él ve demasiadas sombras en el pa– norama general de la conquista, hace excep– ción y resalta en sus escritos la obra de los misioneros franciscanos : « La Conquista y el Coloniaje no podían así ser un dolor eterno, y Dios enviaba al- guna vez un San Francisco. Entonces apa– recía la cruz ... ¡Cuán grande no debía ser el asombro del salvaje.' Acaso pensara que aquel hombre aparentemente igual a los otros europeos procedía de otra estirpe. Por vez primera oía hablar de paz, de caridad, de dulzura y de perdón, sin que estas palabras fuesen seguidas del sarcasmo que las coro– naba otras veces. Recién escuchaba aquella voz que tré– mula de fe llevaba a sus oídos la Revela– ción .. . En lugar del látigo sólo veía un cor– dón, y un cordón que oprim(ajustamente el mismo cuerpo vestido por el sayal. Por un momento parecía que la ambición dejaba su sitio al Evangelio, y as(sobre el horizante del Atlántico asomaba un sol de paz.» La Emperatriz Isabel, esposa de Ca rlos V .

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