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LOS MISIONEROS CALUMNIADOS El proceso que inició la primera Audiencia contra Cortés complicaba tam– bién a los misioneros franciscanos . Eran acusados de maltratar a los indios y fomen– tar la rebelión contra la autoridad. Manuel R. Pazos, en su estudio sobre «Las misiones franciscanas de México en el siglo XVI», refi– riéndose a esta etapa escribe: «El sistema de mentir e informar falsamente fue cosa co– rriente y estuvo a la orden del día, siempre que la codicia y el egoísmo lo pedía y recla– maba.» Fue entonces cuando los francisca– nos, con el aval de Fr. Juan de Zumárraga, escribían al Real Consejo de Indias para que tuviesen tacto y cautela en dar fe a las infor– maciones que llegaban de México, porque «a blanca se han comprado y vendido los testigos». Personaje tan ecuánime, virtuoso y su– frido como Fray Martín de Valenciano dudó en afirmar en sus escritos oficiales que si por palabra del Salvador sabemos que el testi– monio de dos o tres personas es garantía de verdad, «en la Nueva España no ha lugar lo dicho, donde la experiencia ha enseñado que ni en la boca de doce hay todas veces ver– dad». Los misioneros, que sabían cómo que– rían ellos a los indios y hasta qué punto esta– ban dispuestos a defenderlos, confiaban más en la Providencia de Dios y en el amor de los indios con que eran correspondidos, que en los escritos y cartas que podían mandar a España. Pero además que, aunque quisieran hacerlo tampoco hubieran encontrado apoyo en los medios oficiales de aquel en– tonces en México, porque «había un pánico terrible a las autoridades». Cuando la situación llegó a límites inso– portables, Fr. Juan de Zumárraga, asu– miendo la representación de los misioneros franciscanos, se jugó la vida en 1529 para enviar un informe a España. Demasiado sa– bían que el único poder capaz de poner las cosas en su punto estaba en la Corte de Es– paña; pero al Emperador y al Consejo de Indias sólo llegaban los informes de la fatí– dica Audiencia. 40 Los misioneros se asfixiaban en el cerrado círculo a que habían sido reducidos . No era posible que carta alguna o informe suyo sa– liese de México. Los puertos estaban vigila– dos y los Oficiales de la Audiencia registra– ban a todo sospechoso que pudiera servir de intermediario. Unos emisarios de Zumá– rraga que portaban algunos informes a tra– vés de Pánuco, habían sido atropellados y desvalijados de los papeles que llevaban. En una última tentativa Zumárraga es– cribe otro informe el 27 de agosto de 1529. Cose los folios en el interior de su sotana de Obispo, y él mismo se arriesga a lle– varlo personalmente al puerto de Vera– cruz, aunque en ello se juega la vida. Allí entra en contacto con un marinero vizca– íno que con maravillosa estrategia «supo burlar la vigilancia de los esbirros de la Audiencia» y trajo a España el informe que venía dirigido a la Emperatriz. Arreció tanto la tormenta de calumnias y persecuciones contra los misioneros y su obra, que «no faltó sino matar a los frailes, según el odio y enemistad que contra ellos concibieron». Fray Martín de Valencia, que se había resistido a usar de su doble autori– dad, en el fuero externo e interno, tuvo que optar por el rigor de la ley y la imposición de su autoridad ante las consecuencias desas– trosas que todos estaban sufriendo, de ma– nera especial los indios. Pero aquellos tira– nos y verdugos desconocieron esta autori– dad de Fray Martín, y hasta se burlaron de ella. 'Cuando el informe llegó a España, el Em– perador estaba ausente y llegó a manos de la reina Isabel, que actuaba como regente. Se ha afirmado que al leer aquel informe, la reina lloró amargamente. Pero su reacción no quedó en un mero sentimentalismo. En 1530 ella nombró a los miembros de la se– gunda Audiencia, y con mucho acierto en la elección. El nombramiento de presidente recayó en Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo de Santo Domingo, que con el equipo de Vasco de Quiroga, Francisco Ceynos, Alonso Maldonado y Juan Salmerón, deshi– cieron los incalificables agravios de sus an– tecesores para restablecer el orden y la paz.
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