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México, con todos los más principales mexi– canos que había y otros muchos caciques de otras ciudades; y cuando Cortés supo que llegaban, se apeó del caballo, y todos noso– tros juntamente con él. E ya que nos encon– tramos con los reverendos religiosos, y el primero que se arrodilló delante de Fray Martín de Valencia y le fue a besar las ma– nos, fue Cortés; y no lo consintió, y le besó los hábitos, y a todos los más religiosos: y ansí hicimos todos los más capitanes y sol– dados que allí íbamos, y el Guatemuz y los señores de México. Y desque el Guatemuz y los demás caci– ques vieron ir a Cortés de rodillas a besarle las manos, espantáronse en gran manera, y como vieron a los frailes descalzos y tlacos ; y los hábitos rotos, y no llevar caballo, sino a pie y muy amarillos, y ver a Cortés, que le tenían por ídolo o cosa como sus dioses, ansí arrodillado delante dellos, desde entonces tomaron ejemplo todos los indios: que cuando agora vienen religiosos, les hacen aquellos rescibimientos y acatos, según de la manera que dicho tengo. Y más digo, que cuando Cortés con aquellos religiosos ha– blaba, que siempre tenía la gorra en la mano quitada, y en todo les tenía gran acato. Y ciertamente, estos buenos religiosos fran– ciscos hicieron mucho fruto en toda la Nueva España.» Pero el conseguir este fruto en todos los campos de su actuación no les fue ni cómodo ni fácil. Para ellos todo era nuevo, un mundo nuevo, pero un mundo totalmente descono– cido. Surgía retador ante ellos un universo cuajado de dificultades: en los viajes, en la lengua, en las creencias y ritos religiosos, en toda la manera de ser y de actuar de los indígenas. Grabado alegórico de la escena en que Hernán Cortés se arrodilla ante Fr. Mart(n de Valencia y besa su hábito franciscano. 31
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