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Pero él sentía morderle en las entrañas una doble duda. Por una parte, su radical humil– •dad que le inclinaba a sentirse indigno para tan gran empresa; por otra, el considerar que se encontraba en el atardecer de su vida y en la última edad del mundo. Todo esto no se– rían obstáculos insalvables, pero antes debía pasar otra prueba difícil, ahora de carácter exterior. Esta prueba sería la incompren– sión, y casi hasta la persecución, de algunos de sus hermanos en religión. Un día, encontrándose en el coro a la hora de los rezos, sin que de oficio fuera hebdo– madario ni lector, le encomendaron que le– yera los textos del oficio divino. Estas lectu– ras eran del Profeta Isaías, y hacían alusión a la vocación misionera. Fray Martín vio en espíritu «una gran muchedumbre de almas de infieles que se convertían y venían a la fe y al bautismo». Fue tanto el gozo y la alegría de su alma que no lo pu do soportar y, des– bordando su compostura regular en la igle– sia, gritó a plena voz por tres veces en el coro: ¡ Alabado sea Jesucristo! Los frailes, que se dieron cuenta de que esa exclamación no estaba conforme a las rúbricas, ni en el texto ni en el tono, lo inter– pretaron como un acceso de locura. Le saca– ron del coro y lo encerraron en una celda, clavando la ventana y cerrando la puerta por fuera. Cuando se le pasó el arrebato a lo divino, Fray Martín se vio encerrado en una cárcel celular, solo y a oscuras. ¿No sabían tus hermanos frailes, Fray Martín, que cuando el espíritu inspira no puede haber rejas para el alma, y que los ojos del alma no necesitan para ver ventanas en las paredes ... ? Desde entonces, nos dice su biógrafo Mo– tolinia, empezó «a rogar a Dios se lo dejase ver con los ojos corporales y creció más en él el deseo que tenía de ir entre los infieles, y predicarles y convertirlos a la fe de Jesu– cristo». Esta visión espiritual que Fray Mar– tín tuvo en el extremeño monasterio de Santa María del Hoyo, cuando la vio reali– zada en su ministerio en México, se la dio a conocer a su compañero de evangelización Fray Toribio de Benavente Motolinia, con quien convivió varios años en México. 14 LOS LIBROS SE LOS LLEVÓ EL RÍO, PERO FUERON RECOBRADOS SIN MOJARSE « No sahiendo él cuándo ni cómo se haht'a de cumplir lo que Dios le había mostrado, comenzó a desear pasar a tierra de infieles, y a demandarlo a Dios con muchas oracio– nes. » MOTOLINIA Cuando el espíritu determina un gran ideal, todas las dificultades humanas en con– tra serán vencidas. Si los hombres pueden cerrar las puertas, Dios abrirá la ventana. Y si ésta está alta, pondrá una escalera para subir y bajar. Sublime era el ideal misionero de Fray Martín. Pero antes de llegar a su Pascua de resurrección misionera en tierra de infieles, tendría que pasar por el calvario que le iban a echar encima algunos de los que se decían sus hermanos. ¡ Paradoja descon– certante de la providencia de Dios en nues– tras vidas! Por tres veces hizo su petición al ministro Provincial para ir a misiones, según se con– signa en la Regla franciscana: «Si algún fraile, por divina inspiración, quisiere ir en– tre los sarracenos u otros infieles, pida licen– cia a su ministro provincial. .. » Pero las tres veces encontró la negativa por respuesta. En uno de estos viajes le ocurrió el per– cance del río y de los libros. Bajando el río muy crecido y viéndose obligado a pasarlo a pie por no haber puente en aquella zona, al darse cuenta de que le arrastraba la co– rriente, tuvo que soltar un atado de libros que llevaba, entre ellos una Biblia. Se enco– mendó al Señor para que se los guardase y suplicó a nuestra Señora que no perdiese sus libros , como así ocurrió. Dice Motolinia que «fuélos a recobrar buen rato el río abajo, sin haber padecido detrimento alguno del agua». Otro cualquiera se hubiera dado por ven– cido, pero Fray Martín era árbol de los que no se doblan tan fácilmente. Estaba conven– cido hasta la entraña de que «arriba está quien para abajo mira», y trató de acercarse más al que está arriba y confiar menos en los que abajo le rodeaban.
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