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sido unos códices con distintos nombres, aparecidos en diferentes sitios y que recogen más o menos fielmente el pensamiento del Señor. Porque de sobra sabemos también lo que suele suceder cuando se traduce un texto o se transcribe. Fácilmente se cambian pala– bras, o se añaden comentarios, para que se entienda aquello que resulta difícil de entender. Por eso dicen los críticos que los textos más cortos y más difíciles son los más fieles. En fin, que los estudiosos siguen estudiando y las teorías se suceden unas a otras; pienso que afortunadamente cada una de ellas nos deja algo bueno y nos vamos acercando más a la comprensión del Evangelio y del pensamiento de Cristo. San Pablo no lanza su maldición contra eso, ni la Iglesia, que justamente fomenta los estudios bíblicos. Se refiere, el apóstol, a aquellos que tratan de «volver del revés el evangelio de Cristo». los que utilizan el Evangelio como si fuese un acordeón que se alarga o acorta a gusto del comentarista, que se puede usar y abu– sar de él para el propio gusto. Y hay que decir en honor de la verdad que no son precisamente los críticos los que más hacen esto, sino, a veces los que bajo capa de piedad y devoción nos presentan o un Cristo sanguinario o un Cristo dulzón, acaramelado, como un re– trato hecho al pastel. Precisamente ahora entre los estudiosos del Evangelio está en boga la teología de la cruz. Pero no de una cruz por la cruz, maso– quista podríamos decir, sino como trampolín hacia una resurrec– ción. Que creo es la auténtica interpretación del Evangelio. Creo que debemos tratar con el máximo respeto el Evangelio. Es Palabra de Dios, transmitida por los hombres -con todas las limi– taciones que se quiera-, pero al fin Palabra de Dios. Y no podemos manejarlo a nuestro gusto y menos volverlo del revés para pre– sentar nuestro Evangelio. No el Evangelio de Cristo. ¡Un poco de respeto, señores! 85
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