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El amor es servicial. Ya lo dice el refrán español: «Obras son amores y no buenas razones.» Para decir cosas tiernas al oído no hace falta más que labia, mucha labia. Y para besar bastan los labios. Pero molestarse por los demás, hacerles favores, aunque no nos los agradezcan, ser de veras eso que tanto repetimos: servidor de usted, eso es diferente. A veces los amigos nos duran hasta que nos piden un favor o se lo pedimos a ellos. El amor no tiene envidia. ¡Qué difícil es no tener envidia! Dicen que es el mal nacional. Incluso algunos llegan a afirmar que los españoles sin envidia seríamos perfectos. la envidia corroe el corazón. No deja florecer en él el amor. Y el amor no es envidioso, sino todo lo contrario. Tener envidia es no amar. Si amásemos nos alegraríamos del bien de los demás. In– cluso nos alegraría que los demás prosperasen más que nosotros. Porque les amamos tanto que deseamos para ellos todos los bienes, y la ausencia de todos los males que llueven sobre nosotros. lo cual es lo contrario de la envidia. lo cual es el amor. ¿Habrá amor sin envidia? ¡Sin ese poquito de envidia que tiñen de negro aun los mejores deseos! Cuando alguien nos comienza a contar: yo no tengo la más mínima envidia, nos damos cuenta que nos dice la verdad: no tiene una envidia mínima, sino máxima. Estamos en la primera línea de la carta de San Pablo, y son muchas que bien merecería que leyésemos despacio, para ser sin– ceros y al final decir: yo no tengo amor, pero he de trabajar para tenerlo. El auténtico amor cristiano, que llamamos caridad. Pero no quiero dejar de comentar un epíteto que San Pablo atribuye al amor: «no es mal educado». Decía San Francisco de Sales -patrono de los periodistas- que «la cortesía es la flor de la caridad». Así es. Cuando la educación no es hipocresía. Cuando es algo espontáneo, sincero, que brota de las raíces del alma, de– trás de aquella educación hay mucha caridad. Porque la educación nos obliga a dominarnos, a doblegarnos a los demás, a no mo– lestar, aunque nos causen molestias. A aguantar mucho. En fin, pienso que para empezar la mejor escuela de la caridad sería una buena educación. 75
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