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Tercer domingo «Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene mu– chos miembros, y todos los miembros del cuer– po, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo» (1 Cor. 12,12). CUANDO LA REALIDAD SUPERA A LA METAFORA Lo cual sucede casi siempre. Buscamos la metáfora para real– zar la blancura, la bondad, la unidad de cualquier cosa. Casi siem– pre la metáfora da un poco de luz, pero la realidad es mucho más resplandeciente. Cuando se trata de la unidad de Cristo, y la de los cristianos, eso hay que elevarlo a superpotencia. San Pablo fue el hombre que, meditando, meditando, inventó cantidad de metáforas para mostrar– nos y demostrarnos la unidad que existe entre Cristo y nosotros. El impacto que él recibió fue tremendo. Iba a perseguir a los cristianos, siguiendo el célebre camino que por los altos del Galán marchaba hacia Damasco, y en medio del camino Cristo le sale al paso y le dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues... a Mi?» Saulo, convertido en cristiano, tardó en darse cuenta. Se retiró al desierto de Arabia durante tres años a meditar en esto. Y con– tinuó meditando en ello por tierra y por mar. Desde cualquier ángulo del Mare Nostrum, donde naufragó varias veces, escribía hablando de lo mismo. Usaba metáforas: el templo, piedras vivas, el matrimonio, pero sobre todo la del cuerpo. Algo muy visible para todos. Algo que tenemos al alcance de la mano, en la misma mano. «Porque no puedo decir que la mano no pertenece al cuerpo.» Hoy nos dice: «lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser mu– chos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.» «El cuerpo tiene mu- 72
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