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camas los derechos de los otros y nos «reconciliemos» no nos amaremos. En este año santo hay un mensaje para todas las familias que dice así: «Hay mucho que "reconciliar" dentro de nuestros hogares. la Iglesia nos apremia ahora en el nombre de Dios a que pongamos nuestro corazón en esta tarea. Reconciliar es corregir lo desviado y enderezar lo que no es recto. Que los padres no abusen de su autoridad por evitarse mo– lestias de una educación más dialogante. Que los hijos no exploten con sus exigencias el trabajo de los padres. Que los pequeños aprendan con seguridad cristiana del ejemplo de los mayores. Que los ancianos no sientan al declinar de sus vidas el despego y la frialdad de sus hijos. Que los esposos no agoten sus ilusiones en silencios contra– rios al amor que se prometieron.» Como vemos, hay para todos. Y tenemos que dejar ese juego de chiquillos que se dicen: «El fue el que empezó.» Creo que todos tenemos un poco de culpa. Si queremos vivir en paz y amor tenemos que saber ceder cada uno un poco, golpearnos de cuando en cuando el pecho, pero hasta lo hondo del corazón, con el «mea culpa». Sólo así brotará el amor. Y sigue: «Si la familia no es escuela de convivencia, nunca aprenderemos a convivir. Si la familia no es mesa donde compartir el trabajo, el amor y la fatiga, no sabremos compartir nuestra vida con los otros. Si la familia no es templo donde Dios tenga su primer altar, se nos hará difícil el creer.» Y porque creemos en la familia creemos en el amor, en la vida, en la tradición ... Eslabón de oro que va marcando el camino de la humanidad. 67
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