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Y, sin embargo, toda virtud tiene que ser probada. La auténtica virtud sale purificada de las contradicciones, de las dificultades, de las pruebas. Resulta, me parece a mí, que luego de tantos siglos de fe se han adherido a las verdades ciertamente de fe otras verdades pará– sitas, que no han pasado de ser opiniones. Que han querido cir– cular como monedas de ley, pero que al examinar todo a la luz crítica que discierne lo verdadero de lo falso, tienen que desmoro– narse. Por poner una comparación, algo así como esos monolitos que la naturaleza ha levantado cara al cielo. Como, por ejemplo, «El ruso», del Barranco de la Hoz, en Guadalajara, que está como un dedo inconmovible apuntando al cielo. Pasan a su lado los vientos, los vendavales ... , las aguas, los hombres; se desploman las are– nillas, pero permanece la roca. La mejor prueba de que es roca de buena ley la tiene en su lucha constante contra los elementos. La mejor prueba de la virtud está en la constancia. La que sólo vale para un día de euforia no sirve para nada. La que vale para dentro del templo no vale. O vale muy poco. Fe es seguir creyendo a pesar de las dificultades, las dudas y las diversas opiniones. Fe es seguir esperando, a pesar de que todos los caminos se nos cierren y el horizonte se torne más negro cada día. Fe es seguir amando, a pesar de los odios que nos rodean, que fermentan, incluso, en nuestro corazón. Y así tenemos esa trinidad de virtudes en la tierra, de las que San Pablo nos habla hoy, fiesta de la Trinidad. Por poner una comparación casera, la fe es como una puerta que se nos abre, que nos muestra la esperanza de un hogar aco– gedor, las dificultades de unas escaleras que hay que subir, pero arriba está esperándonos la dulzura del amor. Fe, en definitiva, es seguir a Cristo. Y seguirle es luchar, es cargar la cruz de cada día. Es vivir el Evangelio, a pesar... de lo que vemos. 65

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