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« Con vosotros está y no le conocéis. Con vosotros está, su nombre es el Señor. Su nombre es el Señor y pasa hambre, y clama por la boca del hambriento, y muchos que lo ven pasan de largo acaso por llegar temprano al templo. Su nombre es el Señor, y sed soporta y está en quien de justicia va sediento, y muchos que lo ven, pasan de largo, a veces ocupados en sus rezos.» Y sigue. Nosotros podemos seguir pensando que ése es un Cristo disfrazado. No es el dulce Jesús que ascendió entre nubes a los cielos, y al que esperamos estáticamente arrodillados. Tenemos razón, porque Cristo se disfrazó de pobre, de hambriento, sediento, desnudo, peregrino, enfermo, encarcelado. Leamos si no el Evangelio y veremos cómo El mismo nos lo dice. Y que por eso mismo nos juzgará en el último día. Por tanto, y con perdón del Apocalipsis, donde se pensaba que iba a llegar para juzgar al mundo definitivamente, pues para un judío el fin de Jerusalén era el fin del mundo, o poco menos. Digo que nosotros que no sabemos cuándo va a acabar el mundo, pero espe– ramos que dure unos cuantos siglos más, tenemos la misión de ir descubriendo a Jesús en nuestro paso por la vida. Por ello, más que gritar: «¡Ven, Señor Jesús!», tendríamos que gritarle: «Dame, Señor, unos ojos nuevos para descubrirte en tu paso por el mundo. Para verte, tras de unas especies sacramentales, tras de un sacramento que da la gracia, tras de un ministro, ahora más des– preciado que nunca, tras de un pobre que casi es tan pobre como Tú, tras de un enfermo que vuelve a estar clavado en la cruz de tus sufrimientos.» 61
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