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Su ascens1on hacia el cielo en este jueves glorioso no es un abandono del mundo donde nació y sufrió. Es la seguridad de que por el mismo camino que El ha ascendido ascenderemos nosotros. El nos ha enseñado la ruta y nos ha abierto la puerta. Por eso les había dicho: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Si no os lo habría dicho, porque voy a prepararos lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jo. 14, 2-3). Las palabras de Cristo no pueden fallar. Son, además, una con– secuencia de su vida. Nos incorporó a sí mismo. Nos dio por Padre a su propio Padre. Nuestra vida está vinculada a la suya .. Somos hijos y herederos. «Hijos de Dios y coherederos con Cristo.» Nuestra herencia es justamente ese cielo a donde Jesús ha as– cendido hoy. Y recuerdo ahora otra anécdota que se cuenta. de Alejandro Mag– no. Cuando retornaba de sus grandes conquistas en el Oriente, ha– ciendo suyo prácticamente todo el mundo conocido, un filósofo amar– gafiestas le salió al paso para decirle, entre dos luces: -Mira, Alejandro, esa estrella que ves brillar en lo alto nunca será tuya. Y cuentan que el conquistador del mundo sintió tristeza. Muy bonita para no ser arreglada, sino inventada. Pero, como dicen los italianos, «si no es verdadera está bien traída». Porque queremos decir que el cristiano tiene como herencia pro– pia mucho más que una estrella. Su herencia es el mismo cielo. Después de todo lo que Cristo hizo por él, el cielo le corresponde por derecho propio. Y Cristo, entre las muchas cosas que hizo, ascendió hoy al cielo para demostrarnos que esas puertas están abiertas. Y que él, el responsable, estará esperando nuestra llegada para decirnos aquello que dijo en el Evangelio: «Bien, siervo bueno y fiel,, ya que has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor.» Así será y ésa es nuestra gran esperanza. 59

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