BCCCAP00000000000000000000804

Sexto domingo «La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero» (Apoc. 21,23). ¿EL SUEÑO DE UN PROVINCIANO? Isla de Patmos, año 95. Juan, el desterrado, tiene un visión. El pobre judío que había visto al Señor y sabía de la destrucción de Jerusalén, tiene en compensación, por la pérdida de los dos, la visión de la Jerusalén celestial. Sus ojos se desorbitan de asombro. La ciudad era una maravilla. Un diamante tallado la ciudad. Nosotros analizamos la visión y vemos soterradas no sé cuántas nostalgias judías. Para los judíos Jerusalén era la ciudad elegida entre todas las del mundo. En ella estaba el templo, del solo Dios verdadero, al cual debían peregrinar todos los israelitas una vez al año, o una vez en la vida. Entraban cantando: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.» Pero Jerusalén fue destruida, pisoteada, maldecida, dejada de la mano de Dios. El pobre provinciano, que peregrinó tantas veces desde su Galilea natal a la ciudad elegida, ve esfumarse sus sueños, como la espe– ranza de su retorno, en la isla solitaria de Patmos. Preso del mar y de la nostalgia. 56

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz