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Cuarto domingo « ... Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos» (Apoc. 7,17). HOGAR FELIZ PARA TODOS Sabemos que el Apocalipsis fue escrito en el destierro y por un desterrado. Y lo fue para unos desterrados y perseguidos en este mundo. Quiere ser un grito de esperanza en medio de una vida sin horizon– tes, de gentes acorraladas en las catacumbas. Lo que hace -lo vemos en ese pasaje- es abrir las claraboyas del cielo y mostrar ese Reino que llegará no tardando. Un Reino feliz, donde no se conocerá ni el hambre, ni la sed, ni la incomodidad, ni la persecución, ni el dolor, ni la muerte... Todo se resume en una palabra: el cielo. Para aquellos hombres de fe viva eso bastaba. Les importaba todo nada, con tal de que aquello llegase. Seguro que por todo el Imperio romano se pasaron, con un estre– mecimiento de alegría, las páginas del Apocalipsis de Juan, el últi– mo de los apóstoles. Nosotros nos quedamos en el cielo. El cielo nos es necesario. El cielo es para nosotros también. Pero no nos basta. No nos sentimos perseguidos, y, aunque nos sintiéramos, creemos que no es suficiente. Juzgamos que es necesario ir construyendo ya desde ahora el Reino futuro. No podemos, en medio de un mundo profundamente secularizado y materializado, dejarlo todo para el más allá. 52
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