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Domingo de Resurrección «Así, pues, celebremos la Pascua, no con le– vadura vieja (levadura de corrupción y de mal– dad), sino con los panes ázimos de la sinceri– dad y la verdad» (1 Cor. 5,8). SER O NO SER San Pablo, en su carta de hoy, hace referencia a una costumbre israelita que él había vivido intensamente desde niño. Era la des– trucción de todo el pan ázimo que había en casa. Lo buscaban por todos los rincones. Colaboraban más que nadie los niños, pues éstos suelen encontrar en los últimos rincones lo que nadie ha encontrado. Y luego, a celebrar la Pascua. Una nueva vida había empezado. Se narraba la liberación del pueblo de Dios en Egipto, el paso del mar Rojo ... La alegría florecía en los labios y en las almas. La liturgia escoge la lectura de San Pablo para que nosotros nos demos cuenta de que en la Pascua ha de comenzar una nueva vida cristiana para nosotros. En realidad, decir Pascua es decir vida nueva. Con Cristo inmolado comenzó la redención para los hombres. Una nueva raza de hombres surgió en la tierra: los cristianos. Esto, que históricamente es un hecho, debe ser una vida en cada uno de nosotros. Por eso hemos de arrojar por la borda de la vida todo el lastre de corrupción y de maldad que nos quiere hundir en una vida de pecado. O somos cristianos o no lo somos. Si lo somos, si nos sentimos orgullosos de ello, si pedimos el bautismo para los hijos, si no consentimos que nos traten ds paganos, hemos de vivir nuestra vida cristiana. 46
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