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CONOCER A CRISTO Quinto domingo «Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil. 3,8). El hombre, mucho antes aficionado a las quinielas del conoci– miento. que a las quinielas del fútbol, planteó hace tiempo esta cues– tión: ¿es antes el conocimiento que el amor o el amor que el co– nocimiento? Hubo, incluso, escuelas que defendieron cada una de estas teorías. El proverbio español, tan conocido, parece inclinarse por la pri– mera, cuando dice: «Ojos que no ven, corazón que no siente.» Pero habría que decirle que hay muchas maneras de ver. Porque si todo lo tomamos tan materialmente podemos llegar a la conclusión de Ga– garin: «He subido a la altura, al cielo, y no he visto a Dios. Dios no existe.» Como si Dios fuese un aerolito semigaseoso que andu– viera rodando por el cielo. San Pablo parece conjugar en su carta de hoy las dos teorías: su conocimiento de Cristo trasciende todos los módulos humanos, y sus páginas transpiran el amor de un auténtico enamorado de Cristo: «Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en El.» Siempre el amor acierta a descifrar esa divina incógnita de ser dos en uno: tú eres yo y yo soy tú. Y, prácticamente, esto es lo que sucede con Cristo, San Pablo nos recuerda en sus cartas trescientas veintidós veces que «somos en Cristo». Se da una divina unión mística, misteriosa, pero real. en– tre Cristo y los cristianos. El verdadero conocimiento de Cristo comienza por la fe. La fe no es creer tanto en un conjunto de verdades como creer en al– guien. Dios, al revelarse por la fe, no ha tratado de saciar nuestra sed de conocimiento, nuestra curiosidad intelectual, sino que intentó 40

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