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ahora Dios ha tocado el piano con tecas blancas, bien puede comen– zar ahora a tocarlo con teclas negras.» No lo sabemos. Pero sí sabemos que para ellos es también el Evangelio. Y en el Evangelio hay una oración que es como un diamante caído del cielo y pulido por los miles de labios que lo han ido rezando: el .Padrenuestro. Así, en plural. Dios no quiere ser padre de uno solo. Sino de todos. Cristo nos lo enseñó a rezar en plural y nos advirtió bien claramente que todos éramos hermanos. Por ello San Pablo, en su carta de hoy, dice: «Está bien claro que Dios no hace distinciones, acepta al que lo teme y practica la jus– ticia, sea de la nación que sea.» Para nosotros, si somos cristianos de verdad, esto ha de tener unas grandes consecuencias prácticas. No podemos ser clasistas, aun– que la cultura, el dinero o mil circunstancias nos lo puedan hacer creer. Habrá grados, habrá puestos -bonito es ocupar cada cual el puesto que le corresponde y desempeñarlo con dignidad-, pero no puede haber clases. Por hombres, por cristianos, no podemos considerarnos superiores a los demás. Afortunadamente, y esto es un tanto más a nuestro favor, los españoles a través de la historia no hemos sido ni racistas ni clasistas. El «apartheid» no se ha dado entre nosotros. Nuestra misma obra clásica, el Quijote, compara la vida a una gran comedia donde cada cual representa un papel, uno de rey y otro de vasallo, zapatero o lo que sea, pero al final caen los disfraces y todos des– nudos en la presencia de Dios. Mejor tomar las palabras textuales de don Quijote a Sancho: «-Pues lo mismo acontece en la comedia y trato de este mun– do, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices y, fi– nalmente, todas cuantas figuras se puedan introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban y quedan iguales en la sepultura» (Parte 11, Capítulo XII). En fin, para qué presumir. 29

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