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Segundo domingo «Ya que El nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irrepro– chables en su presencia, por amor» (Ef. 1, 4). UN GRITO DE ESPERANZA EN LA NOCHE El título puede parecer de película o de novela. Y, sin embargo, es el mejor título que se puede poner al pie de esa estatua viviente que es el hombre, fabricado «del barro con que se fabrican los sueños». Por mucho que soñemos nunca llegaremos a soñar algo tan gran– de, tan divino, como eso de que Dios pensó en nosotros desde toda la eternidad y que nos amó desde siempre, nos ha amado, y nos ama. Ya en el Libro está escrito también: «Os he amado desde toda la eternidad.» En la visión sacral del mundo tenemos que el mundo ha sido creado como escenario para el hombre. Para que el hombre se reali– ce, lo conquiste, lo domine, lo disfrute, lo explote y lo haga pros– perar. Realmente en uno de los sentidos, el técnico, el hombre parece haber llegado a esa meta trazada por Dios: al dominio del mundo, y de sus fuerzas ocultas. Al llegar a esa frontera ha cobrado miedo, y de ahí vienen los gritos en la noche de una posible destrucción. Y no faltan los agore– ros que nos gritan que eso está, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Uno piensa que no puede ser así. Porque si existe Dios y Provi– dencia -y yo no dudo lo más mínimo de ello- no ha podido crear– nos para la destrucción. Y siempre que en la historia la humanidad ha estado abocada a su destrucción, ha habido algo así como un gol- 24

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