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La grandeza de la mujer comienza precisamente ahí, en su mater– nidad. Las que han parido un hijo de sus entrañas y las que lo llevan junto al corazón. Ya Balzac escribió: «La mujer tiene una cosa co– mún con los ángeles: que los desgraciados le pertenecen.» Pero hoy las mujeres se han puesto los pantalones y se han lanzado a la calle. El hogar les resulta pequeño. Algunas lo han hecho por complejo de masculinidad. Se sienten inferiores. Es como el muchacho que para mostrar que es más hombre comienza a fumar y a echar tacos. Lo cual es comenzar como un majadero y terminar en una majadería: el vicio de fumar. Me da la sensación de que esa imitación masiva de las mujeres al sexo llamado fuerte -y no lo digo sólo por lo de los pantalones, que les pueden ser más prácticos y cómodos- tiene algo de comple– jo de inferioridad. Y eso es absurdo. La mujer no es ni inferior ni superior al hombre, es diferente. En muchas cosas supera al hom– bre, en otras no. Estoy de acuerdo que no quede circunscrita a aquel dicho antiguo de los romanos, tan legalistas ellos: «Cría hijos y teje lana.» No. Tiene muchas otras posibilidades. El Año Internacional de la Mujer, celebrado hace pocos años, apuntaba a alguna de ellas. Y hay que ir al ritmo de los tiempos. Pero sin que se desborden, sin «salirse de madre». Porque ser madres, en todos los sentidos -y valga el juego de palabras-, es lo más importante de la mujer en el mundo. Ya Pío XII escribió hace tiempo: «Dios ha favorecido a la mujer con dones inestimables que le permiten transmitir no solamente la vida física, sino también las dis– posiciones más íntimas del alma y las cualidades de orden espiri– tual y moral. Estas mismas cualidades se deslizan también felizmente en los demás dominios de la vida social. Constituye una aportación indispensable. Las civilizaciones que las ignoran o desprecian, impi– diendo su influencia, sufren necesariamente deformaciones más o menos graves que obstaculizan su expresión y les condenan, tarde o temprano, a la esterilidad y al ocaso.» 23

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