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Y todos sabemos que en muchos hogares bastaría, para apartar ten– siones y la sombra de una ruptura sin remedio, con que sólo hubiera cort:;sía. Esa cortesía de la que hacemos alarde del teléfono para afuera. Dale Carnegie, el famoso norteamericano promotor de sus famo– sos cursos y de libros no menos famosos, tiene uno titulado así: «Cómo ganar amigos ... ». Da una serie de consejos que, según él, son infalibles y de un efecto fulminante. Si fuésemos a condensar todos esos consejos en dos palabras, serían «cortesía y comprensión». Algo, que como hemos visto, hace muchísimos años escribió un profundo conocedor de los hombres, bajo la inspiración del propio Dios. Pero San Pablo sigue diciendo: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga que– jas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la uni• dad consumada.» He aquí el toquecito cristiano de San Pablo. El amor. No se trata de un amor diferente. Es el mismo amor que atrae y enamora a los hombres. Pero que tiene como modelo el gran amor de Dios que nos ha perdonado y soportado tanto, y que nos ha dado un precepto de amor. El amor, en la familia, es como la argamasa en las paredes. Cuan– do la argamasa falla aquello se derrumba, se hace migas, se pulve– riza. Cuando falla el amor en la familia, ¿es que existe ya la familia? Cualquier parecido con el ideal es pura caricatura. Al final, San Pablo da unos cuantos consejos a las mujeres, a los hombres, a los hijos. No quiere someter nada a nadie. Pero com– prende que tiene que haber una jerarquía para que exista un orden. Unos deberes, además de unos derechos para que todo funcione. Así, la familia marchará viento en popa. 21

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