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Natividad del Señor LA BUENA NOTICIA «Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre» (Tit. 3, 4). Esta es la gran noticia que todavía tenemos que escuchar con alegría los hombres. La que anunciaron, aupándose sobre las colinas de Belén, los ángeles. La que nos escribe gozosamente San Pablo. La noticia que nunca pasará de moda como las que cada mañana nos sirven los periódicos. Dicen, y dicen bien, que los evangelios son algo así como una recopilación de las catequesis de los apóstoles a las primitivas co– munidades cristianas. Pasado algún tiempo unos hombres -los evan– gelistas- las pusieron por escrito. Transformaron todas aquellas catequesis y las ordenaron según un esquema, mental o escrito, y según una finalidad bien determinada. Que no era lo mismo escribir a los judíos que a los griegos, que a los romanos ... Ahora los inves– tigadores buscan entre los evangelios lo que ellos llaman las « ipsis– sima verba»; o sea, las palabras -al pie de la letra- de Cristo. No quiere decir esto que los evangelios no sean el Evangelio de Cristo, palabra de Dios, inspirada por Dios, etc. Quiere decir algo tan humano y tan sencillo que todos entendemos: Que cada cual, cuando escribe, escribe según su estilo, su mentalidad y su pro– pósito determinado. Y no encontraremos dos historiadores que cuen– ten la historia de la misma manera, sin dejar de hacer historia. Nadie duda hoy -y esto es un progreso- de la existencia de Cristo. Aquellas teorías de que a Cristo se le había inventado, es algo que hace sonreír a cualquier hombre medianamente culto. Hoy admiten todos la historicidad de Cristo y de su Evangelio, pero tam– bién dan por buena la teoría sobre la forma de narrar de los evange– listas, que queda resumida más arriba. Pues bien, hay una palabra que es «ipsissima verba» de Cristo, y esa palabra es la de misericordia. Porque si borrásemos esa pala- 18

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