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Solemnidad de Todos los Santos «Todo el que tiene esta esperanza en él, se hace puro como puro es él» (J Jo. 3,3). SANTOS SIN PEANA Cuando llegan «Todos los Santos», las gentes dejan sus hogares, toman un ramo de flores y se marchan a los cementerios. Sobre las tumbas de los seres queridos depositan el adorno, la ofrenda de sus flores, el dolor de sus lágrimas y una oración al alma de aquel muerto. El alma que vive, que espera, que aletea, quizá, de una manera invisible sobre las cabezas de los vivos que rezan por ella. Pues una cosa es cierta: que en Cristo estamos unidos todos. De una manera invisible, pero cierta. Por eso ha querido El cons– tituir su Iglesia como un cuerpo místico presidido por El e irrigado por su vida divina. Por algo nos hablan de la comunión de los santos. Y estos santos no son meramente esos que nosotros llamamos santos. A esos que les hemos hecho una imagen, les hemos puesto sobre una peana, junto al retablo, y venga a encender lamparilla a sus pies. Esos son santos. Pero no sólo esos. Santos son todos los que en la tierra o en el cielo, en las dos vertientes de la vida, están en gracia de Dios. Por eso, San Pablo escribía a los fieles de las iglesias por él fundadas, llamándoles santos. Nosotros tenemos una idea fisista. Pensamos que para ser san– tos hay que morir, como cualquier torero para ser mito. Y luego los convertimos en estatuas y se acabó. Repito que esos «s8ntos» lo son por antonomasia, pero no sólo el!os. 148

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