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Pensemos que el cuarto Evangelio fue escrito contra unos herejes que habían nacido en el seno de la Iglesia. El mismo San Pablo escribió fuertemente contra los judaizantes que ponían en peligro la esencia misma de la Iglesia católica. Luego vinieron famosas herejías que la desgarraron. Cismas, persecuciones violentas y cal– madas. La Iglesia sigue en pie. A pesar de todo el humo que Satanás lanza sobre ella, su mente de ángel rebelde sigue clarividente, y de sobra comprende que no la podrá hundir. Podrá perder a más o menos cristianos, algunos cualificados y relevantes. Pero la Iglesia como tal y en su totalidad, eso nunca. No existe ningún abismo suficientemente grande para enterrar– la. De uno de los últimos sucesores de Pedro, Juan XXIII, se cuenta un chiste. Todos sabemos que él fue quien puso en circulación en nuestro siglo la frase de «hermanos separados». Pues dice el chiste que un día fue el demonio a visitar a Juan XXIII. Como demonio «en– carnado» en el siglo veinte guardó, educadamente, antesala y pidió audiencia. Al identificarse, se echaron a temblar hasta los famosos guar– dias suizos con sus espingardas y todo. Algo debió notar Juan XXIII en la palidez del capellán que anunciaba las visitas, que preguntó: -¿Qué sucede? -Nada, Santidad. -Sí, algo pasa. Lo noto en tu cara y no trates de engañarme. -Pues que está el demonio ahí fuera esperando que Su Santi- dad lo reciba, y ... -¡Tranquilos! Que pase el «ángel separado». Como chiste no está mal. Y como enseñanza. Revela la fe y con– fianza en Dios del buen Papa Juan y la certeza de que ni un demonio ni diez mil millones, unidos a sus aliados los hombres perversos, podrán con la Iglesia. Un poco o un mucho de esa fe, calma y con– fianza nos hace falta a nosotros. 143

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