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San Pedro y San Pablo «Más tarde, pasados tres años, subí a Jeru– salén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él» (Gal. 1,18). SAN PEDRO Y NOSOTROS Nosotros estamos asustados. Tan asustados como San Pedro cuan– do, en el patio de Anás y de Caifás, le achuchaban a preguntas sobre su identidad. Nosotros, con eso del «humo de Satanás», con las diversas opi– niones sobre cosas sagradas, con la actuación de unos y de otros, no sabemos a qué carta atenernos. Temblamos por el fin de la Iglesia de Cristo. Creemos que esto es el principio del fin. No fal– tan seudoprofetas que lo vaticinen. Y todo por no leer el Evangelio, que nos dice en esta festividad: « Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el po– der del infierno no la derrotará.» Las palabras de Cristo a Pedro siguen sonando a auténticas en medio de los gritos de los hombres. Y a pesar de todos los pesa– res se siguen cumpliendo hoy como ayer. La historia constata la autenticidad de las palabras del Señor y la fidelidad del cumplimiento de su profecía. A pesar de perse– cuciones de mil índole, y no son las peores las modernas, la Igle– sia sigue en pie. Apóstatas siempre los ha habido, los seguirá ha– biendo... Traidores también. Cristo fue vendido por uno de ellos. Pero la Iglesia, institución divina de Cristo, seguirá en pie, porque está cimentada sobre toca, sobre Pedro. Ni todo el poder del infierno desatado podrá contra ella. Re– cientemente ha hablado el Papa -insistimos- del humo de Sata– nás que se ha infiltrado por algunas grietas en la Iglesia. Lo cual quiere decir que desde dentro mismo se la ataca. Eso debe hacer– nos estar alerta y vigilantes. Desde el principio mismo la Iglesia fue combatida desde dentro. 142

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