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gen. Pues, aunque la voz de Juan lo está anunciando desde lejos, la silenciosa y humilde María lo anuncia tan próximamente que tiene que pasar por ella. De ella tomó carne y sangre. De ella nació. Ella fue quien le dio a adorar a los ángeles, pastores y magos. Ella, «la bendita entre todas las mujeres». Y las mujeres son benditas en ella. Benavente escribió: «¿Qué clase de mujeres habrá tenido en su casa el hombre que no sabe que toda mujer es tan respetable como si fuera su madre o su hermana?». Un motivo de reflexión para todos. Pues, al fin, de mu– jer hemos nacido todos nosotros, lo mismo que Dios, que no quiso excepciones. Calderón dijo: «No habléis mal de las mujeres, que, al fin, de ellas hemos nacido.» Y con una mujer tendrá que contar quien desee ser padre. Es cierto que hay mujeres para todos los gustos, y no nos refe– rimos a los tipos, sino a la conducta moral. Y también es cierto que los hombres suelen respetar a las mujeres que se hacen respe– tar y llegan hasta donde ellas quieren, y que la coquetería femenina es un arma de dos filos: su mejor aliada y su peor enemiga. Pero si examinamos profundamente cualquier conducta femenina siem– pre advertimos que, junto a cualquiera que ha caído muy abajo, hay un hombre que la ha empujado y, a veces, utilizando las armas sa– gradas del amor, del cariño, del posible matrimonio. Quiero, pues, concluir estas reflexiones sobre la mujer con las palabras dichas por una mujer a la «bendita entre todas las mu– jeres», con las palabras dichas en verso -sin duda para que suene mejor y menos duramente-, por una mujer a los hombres: «Hombres necios que acusáis a la .mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Pues, ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.» 139

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