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ALEGRIA Y PAZ Tercer domingo «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Fil. 4,4). He aquí otra virtud específicamente cristiana. Lo es con ese toquecito final que a todo da el apóstol San Pablo: «En el Señor.» La alegría es la consecuencia lógica de nuestra vida de fe. Saber que no estamos solos en el mundo. Que existe un Dios no sólo «allá arriba», sino con nosotros y en nosotros, viviendo nuestra propia vida. Quiero aportar aquí el testimonio de una exiliada rusa que murió en París y que en su diario íntimo ella -María Bashkirtseff– escribió: «Sin Dios no se puede v1v1r. Cuando falta ese supremo refugio, sólo queda morir. Sin Dios no puede haber poesía, ni ternura, ni genio, ni amor, ni ambición. Las pasiones nos empujan a las incer– tidumbres, a las aspiraciones, a los deseos y a las violencias del pensamiento. Se tiene necesidad de un más allá, de un Dios a quien llevarle sus entusiasmos y sus oraciones, un Dios a quien pedirle y quien lo puede todo, y a quien se le pueda decir todo. Quisiera que todos los hombres notables se confesaran y dijesen si cuando han estado muy enamorados, o han sentido ambición, o han sido desdichados, no han recurrido a Dios.» Estas ideas, aunque son de ahora, pueden sonar a muchos trasno– chadas, por eso de la Secularización y mil etcéteras. Con lo cual estoy de acuerdo -con la secularización-, pero bien entendida. 12

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