BCCCAP00000000000000000000804

Trigésimo segundo domingo «Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha rega– lado un consuelo permanente y una gran espe– ranza ... » (2 Tes. 2,16). · LA GRAN ESPERANZA Los hombres cada vez tendremos más túneles en nuestro camino. Las máquinas modernas terminarán cortando las rocas como man– tequilla, y a todos nos resultará más fácil traspasar una montaña que escalarla. Esto está muy bien. Es el camino de la civilización. Lo peor sería que a la par fuésemos haciendo túneles en nuestra alma. A veces parece como si nuestra alma estuviera metida en un túnel. La oscuridad nos rodea. No encontramos salida por ninguna parte. Se nos han apagado los faros y las luces de situación. Es peligroso y doloroso andar así por la vida. Lo más lógico, entonces, es buscar la luz y el oxígeno cavan– do hacia arriba. Lo más humano, pues, y lo más cristiano es bus– car a Dios. «Bueno es, en plena noche, pensar en la luz», escribió San Juan de la Cruz. Bueno es echar mano de la esperanza cristiana cuando todos los horizontes se nos cierran. San Pablo, en su carta de hoy, exhorta a los cristianos de en– tonces, y a todos nosotros, a la esperanza. Metidos en el túnel del tiempo nos damos cuenta de que las diminutas cristiandades de entonces estaban metidas, como en un túnel, en medio del mundo pagano y romano. Paradójicamente eran tenidas por paganas cuando anunciaban al verdadero Dios, luz del mundo. Y lo eran por no adorar a los ídolos esparcidos por todo el imperio. Por ello, eran encarcelados y martirizados. Por esa misma razón, San Pablo portaba cadenas. 130

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz