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romano. Y como el derecho romano se fue imponiendo en todo su imperio, pues el matrimonio cristiano tomó de ese derecho lo que constituía lo esencial del mismo. Tanto, que cuando el Imperio roma– no se derrumbó fueron los cristianos los que salvaron ese mismo derecho, los que lo impusieron a los bárbaros, que traían otro con– cepto distinto, y los que luego de mil elucubraciones establecieron aquello -tan jurídico y tan romano- que el matrimonio era cons– tituido por el consentimiento y consumado por la consumación, co– mo la misma palabra lo indica. Por ello, primitivamente no se preocuparon para nada en esta– blecer un matrimonio aparte, con una liturgia especial como tenemos nosotros, sino que lo celebraban exactamente como los demás. Uni– camente que ponían su gotita de sal -ya que eran la sal del mun– do, según les había dicho Cristo-, y era vivir el matrimonio «en el Señor». Creo que esto nos puede servir mucho a nosotros. El mundo éste que nos rodea tiene muchos valores. Lo importante para los cristia– nos es no establecerse en profeta en calamidades, en amarga fiestas y pensar -como algunos no cristiano piensan- que vamos hacia la catástrofe final. No pensemos tan mal de nuestro Dios y de nuestro Cristo. Más bien tenemos que afirmar -como proclamó un pensa– dor católico- que avanzamos hacia un punto Omega. Hacia una meta que es más perfectible cada día y que creo que se puede per– feccionar. Al captar esos valores debemos saber apreciarlos y asimilarlos. Y ponerles nuestra gotita de sal. Vivirlos «en el Señor» y como el Señor quiere. Es decir, derramar sobre ellos nuestro amor de cris– tianos. Que la gran originalidad del cristianismo entonces y ahora es el amor. Fue su mandamiento y su testimonio. Y debe ser el nuestro. Sólo así la promesa del apóstol se hará realidad en nos– otros. «Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.» 11

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