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Trigésimo domingo «Estoy a punto de ser sacrificado y el mo– mento de mi partida es inminente» (2 Tim. 4,6). BALANCE DE UNA VIDA Pablo barrunta el final de su vida humana. Es como un barco que ha sufrido mil avatares a través de todos los mares de la vida y adivina cercano el puerto. Detrás quedan muchas horas amargas y también muchas horas felices. Delante, el puerto, la paz, la bonanza. No se puede decir que sea el final de la vida, sino más bien el comienzo. La vida sigue. El puerto no es nada más que la frontera entre esta vida temporal y la eterna. Mucho mejor sería decir que es el nudo que las une. Porque no hay nada más que una vida, y lo que llamamos muerte es cerrar los ojos a la luz de este mundo para abrir el alma a la luz sin ocaso. Pero el impacto de la muerte es tan fuerte para el hombre, que prefiere poner en ella un final. Algo así como un borrón y cuenta nueva. Pablo no escribe sus memorias. Todas sus gestas fueron escritas por un discípulo carísimo, como enseñanza para la Iglesia. Sólo recuerda que ha luchado el buen combate y espera la co– rona del premio. Una frase como para ponerla sobre una lápida. Una frase para resumir la vida de cualquier cristiano. Porque la vida de cualquiera de nosotros, aunque con menos relieve, tiene que ser parigual a la de Pablo. 126

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