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Toma parte en los duros trabajos del Evangelio según las fuer– zas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di, con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.» Estas palabras son un programa para siempre. Para entonces, cuando la Iglesia -semilla de Dios en la tierra- asomaba en medio de aquel mundo pagano, y ahora en que el cristianismo corre el riesgo de paganizarse. El cristiano tiene que ser un inconformista. Consigo mismo pri– mero. Para evitar aquello de «ver la mota y no ver la viga», y luego con el mundo ambiente. El cristiano tiene que tender continuamente a la perfección, lu– char contra toda la maldad que anima, ¡aun en el corazón más bueno! Así, y luego, tratará de perfeccionar el mundo que le rodea. El cristiano ha de usar la violencia consigo mismo, para «ser manso y dulce de corazón con los demás». Para evitar toda violencia que hiera, de cualquier modo que sea, al prójimo. Porque valor no es poner una bomba en un retrete, eso lo puede hacer cualquiera, ya que por ese lugar todos tienen que pasar. Valor es saber sembrar el amor donde impera' el odio, decir la verdad donde reina la mentira, luchar por la justicia donde impera la injusticia, saber sufrirlas sin desanimarse, saber llevar la cruz hasta el derramamiento de sangre. Saber perdonar cuando nos inju– rian. Ser cristiano es ser «otro Cristo». V eso es un riesgo tremendo hoy y siempre. Quizá hoy más que nunca. Pues a Cristo se le quiere hacer líder de mil teorías, cuando únicamente es líder del Evange– lio. V hay que ser valientes para anunciar el mensaje cristiano sin tergiversaciones. 121

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