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Los dogmas, por ejemplo, son unas pistas. Aunque se admite la evolución en el dogma, lo cual quiere decir que cada vez han de estudiarse mejor y comprenderlos más ex– haustivamente, son unas pistas seguras. Otra de las pistas son las prácticas constantes de la Iglesia. Esas prácticas casi universales y con sabor de siglos marcan una impronta muy fuerte en la vida de los creyentes. No obstante, no son dogmas. Y la misma Iglesia puede ir cam– biándolas, acomodándolas a los tiempos cambiantes y las necesi– dades de los creyentes. Es algo así como sucede con los vestidos de los hombres. El tra– je regional es muy típico y muy llamativo. Pero no sirve para tra– bajar en la fábrica, estorba para viajar, para casi todo lo que las gentes tienen que hacer hoy. Se luce en un día de fiesta, como elemento decorativo, y nada más. Así sucede con tantas tradiciones sacrosantas de la Iglesia. Por poner un ejemplo que todos comprenden: cuando llegaron las leyes mitigadoras del ayuno eucarístico, hubo gentes que jamás las usaron, que creyeron que el Papa se iba a condenar por ello, que ... Hoy todos nos damos cuenta que no hubo por qué rasgarse las vestiduras. Fue una de las leyes más razonables de la Iglesia, en los últimos tiempos. Pero tuvo que pasar tiempo para comprenderlo así. No obstante, todos sabíamos que se trataba de una mera ley eclesiástica. Quizá, pasado algún tiempo, nos avergoncemos de habernos ras• gado las vestiduras y escandalizado ante ciertos cambios que sufre hoy la Iglesia. Seamos prudentes. Combatamos por lo que es ciertamente de fe, no por lo que nos– otros pensamos que lo es. No hagamos dogmas para nuestro uso personal. Bastan los que hay. Estudiémoslos y combatamos por ellos. En lo demás tratemos de ser abiertos y comprensivos. Iremos más al compás de los tiempos. Y los «signos de los tiempos», es algo a lo que la Iglesia está sumamente atenta. 119
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