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Por El todos se salvarían. Los exclusivismos los ponemos nos– otros. Lo hacemos, personalmente, cuando no queremos poner los me– dios, tan fáciles después de la redención, para salvarnos. Si al– guno se condena, estamos completamente seguros que lo hace de una manera libre y voluntaria. Cristo, «que se entregó en rescate por todos», no pudo hacer más de lo que hizo. Entregar su propia vida, predicar su Evangelio, fundar su Iglesia, como una prolonga– ción y una programación de esa su obra redentora. Hay otro exclusivismo peor. El que tenemos nosotros para con los demás. Puestos a condenar gentes, el infierno se nos queda pequeño. Y resulta que la gente es mucho mejor de lo que pensa– mos. Lo que hace falta es tratarlos. Y, sobre todo, sabemos que Dios no pide a nadie más de lo que buenamente puede dar. En Holanda hay dos pueblos que no dejan de visitar los turistas: Marken y Volendam. Marken es protestante. Volendam es católico. Tan diferentes en todo que incluso sus trajes eran distintos. Y sus trajes típicos quedaron como el traje católico y el traje protestante. Pues bien, llegó la guerra. -Todos los holandeses tuvieron que salir tras sus diques para defender la patria. Católicos y protestantes convivieron en las trincheras y en los refugios. Todos se mezcla– ron y lucharon en común para sobrevivir. Se dieron cuenta que eran mucho más parecidos de lo que pensaban. Los protestantes se con– vencieron de que los católicos no adoraban las imágenes. Los ca– tólicos vieron que los protestantes no eran tan intransigentes y puritanos como pensaban. Desde entonces existe entre ellos más paz y más unión. Pienso que tenemos que hacer no la guerra de los exclusivis– mos, sino de la unión. Para vernos muy semejantes a nuestros se– mejantes, cumplir el encargo de San Pablo, que dice en su carta de hoy: «Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar al– zando las manos limpias de ira y divisiones.» 117
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