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Vigésimo tercer domingo «Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo» (Fi– lemón, 9-10). LAS RECOMENDACIONES Mucho se ha escrito sobre las recomendaciones. Frecuentemen– te contra las recomendaciones. Siempre el criticar va mejor, tiene más audiencia. También quiero hablar hoy un poco sobre las reco– mendaciones. Y tengo que decir que las recomendaciones en este mundo donde nos ha tocado vivir son necesarias e inevitables. Las atendió el propio Jesucristo, cuando le imploraron a favor del centurión que había construido una sinagoga a los judíos. Los mis– mos apóstoles le recomendaron atendiese ciertas súplicas, y las mis– mas súplicas muestran en primer plano una necesidad específica de acercarse a alguien con una recomendación por delante. San Pablo hace hoy lo que tantas veces hemos hecho: escribir una carta de recomendación. Y lo que más admira, o nos admira a nosotros hoy, no es que lance una serie de diatribas contra la esclavitud. Algo que va ciertamente contra el mismo ser cristiano. Y él había escrito aquello de «ya no hay esclavo ni libre... ». Nos admira a nosotros, que sí acostumbramos a denunciar ciertas es– tructuras, profesiones, etc., como anticristianas. San Pablo se conforma con rogar, lo cual sin duda le daría mejor resultado. Y pedir que hiciese con Onésimo lo que tantos romanos hacían con sus esclavos: declararles libertos. Repito que las recomendaciones son necesarias, inevitables, una plaga que tenemos que padecer. Pero pienso que tienen que ser re– comendaciones con ciertas condiciones. No el tratar de imponer algo, el que se cometa una injusticia, por ejemplo, dando un puesto a un inepto. Sino que la recomendación tiene que ser un indicativo de las cualidades, de la preparación de ciertas personas, para que se fijen en ellas y les den lo que realmente merecen. 112

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