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Vigésimo primer domingo «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?» (Hbr. 12,7). ¿POR QUE MI PADRE DIOS ... ? Frecuentemente se encuentra uno con gentes que le hacen pre– guntas nacidas del corazón: ¿Por qué si Dios es mi Padre, me puede castigar de esta manera? ¿Por qué ha querido o permitido al menos la muerte de mi marido? ¿Por qué ha podido permitir el que mi hijo nazca anormal? ¿Por qué permite las guerras que arrasan millones de vidas inocentes? ¿Por qué, por qué, por qué ... ? Comencemos por decir que nosotros somos muy fáciles en culpar a Dios de cosas que ni El quiere, ni El permite. Nada más opuesto a Dios que el pecado, la justicia, el odio ... Lo que sucede es que El nos ha hecho inteligentes y libres. Siente un máximo respeto por esos dos dones supremos del hombre. Y nos– otros usamos y abusamos de la inteligencia y de la libertad para planear según nuestro egoísmo. Si luego las cosas nos salen mal echamos la culpa a Dios. Es lo más fácil. Pero lo más impropio. Somos como niños caprichosos que constantemente estamos di– ciendo: «El fue el que tuvo la culpa ... ». Sería mejor mirar por qué no se revisó el coche, por qué no se hizo el «stop», por qué se tomaron ciertos medicamentos poco recomendables para una vida que iba dentro de otra vida, por qué se permiten ciertas carreras de armamentos y negocios de armas 108

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